La Edad de Cristal

Sopla a través del tubo dando forma a esa masa incandescente que lentamente se enfría, mientras gira y recibe el aliento del artesano del cristal. Años haciendo transmutar una bola de fuego en una delicada copa de vino o una exuberante lámpara palaciega.

Febrero de 1727 en el Real Sitio de San Ildefonso; un italiano, Andrea Procaccini, construye un horno para trabajar el vidrio siguiendo las órdenes del secretario de Estado, Joseph de Patiño, vasallo del francés y rey de España, Felipe V el Animoso.

En una pequeña barraca W5 transforma el inquebrantable magma que sale del horno en frío cristal, frágil y expuesto a romperse en mil pedazos al menor golpe que altere su forzada unidad. Sabe que es un simple artesano, pero también sabe que el secretario de Estado, ha recibido órdenes de su majestad, en las que le deja claro que no beberá de ninguna copa que no haya sido soplada por él.

En 1724, el hijo del monarca, Luis I, en el que Felipe V ha abdicado, muere prematuramente, teniendo este que volver a hacerse con las riendas del poder, siendo el  primer Borbón que ensucia sus manos en España, tras la sangrienta y gloriosa desaparición de La Casa Austria.

El día que muere el heredero a la corona, W5 está invitado a palacio para formar a un grupo de artesanos franceses; en un breve encuentro con su majestad, aprovecha para regalarle una copa de vino y un decantador soplados por él mismo. Tras la muerte de su heredero, el monarca ahoga sus penas con los mejores caldos de la bodega real, oxigenados en el decantador de W5, al tiempo que saborea tragos amargos en la copa más fina sobre la que sus labios se han posado jamás, obra inconfundible del maestro artesano de La Granja de San Ildefonso.

La intensidad emocional del momento sella a W5 con el rey que, a su pesar, firma el reinado más largo de la historia de la monarquía en España.

W5 regresa por fin a su humilde pero bien abastecido hogar. Su mujer y cuatro hijos lo esperan ansiosos; cuando trabajas para la casa del rey tu cabeza pende constantemente de un hilo. W5 duerme, se relaja y vuelve al día siguiente con su mística, con su arte para la transmutación, de magma incandescente a cristal.

Los cortesanos del Felipe V no tardan en conocer la existencia del soplador predilecto del rey y comienzan a peregrinar a La Granja para conseguir hacerse con una copa o un decantador del soplador real. El secretario de Estado, Patiño, hace trabajar a W5 de día y de noche, la fama lo está matando pero su mujer y sus cuatro hijos nadan en la abundancia; siguen en la misma casa húmeda y grasienta de siempre pero, ahora, sin faltarles de nada; contando incluso con algo inusitado para la plebe, como es la de tener derecho a galeno las veinticuatro horas del día, y nada menos que un pupilo del médico personal de su animosa majestad.

W5 aparte de soplar y grabar el vidrio con evidente genialidad, también invierte parte de su tiempo en el peligroso vicio de pensar, algo que para los de su clase es tener un pie y medio en prisión y uno entero en el patíbulo. Son los años más despóticos de la monarquía absoluta, no en balde faltan pocas décadas para la maravillosa y despiadada Revolución Francesa.

W5 le da vueltas al tubo con el que va enfriando la bola de fuego y, al tiempo, piensa en cómo sacar a su familia de esa pocilga repleta de comida en la que viven.  No consigue aceptar que en la corte disfruten de exuberantes mansiones, envidiadas por W5 cuando va a entregar su mágico cristal, mientras su familia sigue en esa cloaca apestosa que hace enfermar continuamente a sus hijos ¿De qué sirve un galeno real si la ponzoña anida debajo de las camas donde duermes?

Piensa en el cristal, en su fragilidad cuando se ha enfriado por completo; así es su situación, una mala palabra y pasará de ser el artesano favorito del rey a ser ejecutado. Es un mundo frágil…

«¿Qué puedo hacer?», piensa W5  «Cuanto más se conoce mi trabajo en la corte, peor vivo; me tratan como a un esclavo, me están matando a trabajar, cada vez tengo más ataques de tos… Esto no pinta bien.» W5 da vueltas en la cama intentando dormir. Entonces tiene la gran idea, el plan que le conducirá a la gloria, a vivir en una bonita casa en la corte y quién sabe si a conseguir un título nobiliario. Hará lo siguiente, hablará con el secretario de Estado y le solicitará una audiencia con el rey; será para comunicar a su excelencia que ha encontrado una manera única de soplar, que convierte el vidrio en el anfitrión del fuego, tomando de este sus propiedades; quienes beban de las copas sopladas con este vidrio adquirirán las propiedades del fuego; sólo hay una condición, deben ser de sangre pura, sangre azul sin mácula, igualando así la pureza del fuego, uno de los sagrados cuatro elementos que hacen posible la vida en la Tierra.

Felipe V está perplejo, escucha atentamente la propuesta de su artesano mientras le visten para una cacería e, inmediatamente, su limitado cerebro duda entre decapitarlo por rufián y embaucador, o convertirlo en su consejero personal. Por suerte para W5, de todos es sabido que el monarca no está sobrado de luces y la astucia del artesano va echando raíces en la mente de un soberano al que La Ilustración todavía no ha convertido en uno de sus adeptos.

El monarca pide a W5 que le demuestre en su taller cómo ha conseguido esa alquimia milagrosa y W5, que ya contaba con tal petición, no sólo acepta el reto sino que emplaza a su serenísima majestad a ver algo único que, sin duda, será la envidia de todas las cortes europeas y de ultramar.

El Animoso, el secretario de Estado y dos asesores del monarca clavan su mirada en W5 mientras este hace emerger bolas de vidrio líquido del horno incandescente; humedece el tubo, sopla, moldea con las pinzas, sopla de nuevo y vuelve a meter al horno. La transmutación alquímica del fuego en vidrio para habitar por siempre en él, no es una función de mero artesano, es una vía sacerdotal que, como los ritos de Eleusis, requiere de una atmósfera transpersonal y numinosa.

W5 indica a su aristocrático público que ha llegado el momento, va a soplar la copa en la que habitará el espíritu del fuego que, a su vez, pasará a través de los labios del monarca a su sangre pura, a su sangre azul, a su sangre real; convirtiéndole en un ser único, en el único rey inmortal del planeta.

El artesano mágico le indica a su rey que se fije en la bola de fuego que va a sacar del horno, porque cuando se la enseñe, antes de soplar, verá la primera letra de su nombre impreso en ella; símbolo que el fuego utiliza para comunicarse con sus elegidos. W5 saca la bola incandescente del horno y, mientras habla sin parar del momento trascendental que están viviendo, con la pinza con la que se ayuda para dar forma al vidrio mientras sopla, graba, con habilidad de mago shakesperiano, una F, e inmediatamente grita, – ¡El fuego lo ha elegido mi rey! ¡El fuego lo ha elegido mi señor! – El Animoso se levanta exultante, siente que es una llamada del más allá; la naturaleza reconoce su regia presencia y le concede bula para no padecer debilidad ni enfermedad alguna. Se ha encarnado en el cuerpo centenario de su estirpe de sangre azul; ahora habita en su interior,  el fuego cósmico que nada, ni nadie, puede dominar.

W5 pone a enfriar la copa y cita al rey para encontrarse ess la noche; beberán el néctar de los dioses en las copas habitadas por el fuego divino que habiendo descendido hasta los áureos cristales de su majestad, impregnará sus labios de la incesante gloria.

El secretario de Estado no lo ha visto nada claro, pero teme contrariar a su rey. Todo parece favorecer a W5 que, lentamente, se aproxima a su gran momento; en el cual, su graciosa majestad le concederá su ansiada casa en la corte o, cómo mínimo, un título nobiliario.

Felipe V llega de pasar el día cazando en los Reales Pinares de Valsaín; la montería se ha saldado con dos jabalíes, cuatro corzos y tres zorros. El monarca, su caballo, sus perros y los fieles acompañantes se sienten extenuados. Entre los asistentes se encuentra W5 que, desde hace unos años, disfruta de la dulzura, sin par, de ser uno de los favoritos de su majestad. Los dedos y los labios de la familia real, junto con lo más selecto de la corte, no tocan otro cristal que no sea el que W5 ha soplado con su mágico aliento. Es una fría tarde de febrero, el rey está helado y necesita un reconstituyente; su ayudante de cámara le está preparando su bebida favorita, vino caliente aderezado con clavo y canela. En torno a una chimenea generosa, repleta de roble de la Sauca y pino de Valsaín, los invitados se preparan para una formidable cena. El mismo W5 trae la jarra con el vino caliente en una mano y la copa real, soplada con su aliento, en la otra. Le tiende el sagrado vidrio a su majestad, todos miran y se genera un silencio expectante, el monarca coge con delicadeza extrema el tallo de la copa y espera a que W5 le sirva el reconfortante caldo de los dioses. El líquido humeante se vierte en la copa y el contraste de temperatura hace el resto; la copa se rompe en mil pedazos sobre el vientre y los genitales de su majestad; un aullido de espanto y decepción inundan la cámara de recepciones. W5, con la palidez de un difunto, observa como su mano tiembla, agarrando una jarra que vierte vino caliente, aderezado con clavo y canela, a través una copa desintegrada, sobre los genitales de su majestad.

  • Ilustración del genial Dani Santos

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