La Primavera del Veinte

 

“Bien podríamos considerar la experiencia consciente como un aspecto o un epifenómeno de los campos motores que actúan sobre el cerebro”.

                            Rupert Sheldrake

 

En la primavera del veinte nos quedamos en la nube; a dos brazadas de ser engullidos por el remolino que avanzaba, fantasmagórico, hacia el centro de la sociedad, hacia el corazón económico y cultural de la especie. Nos quedamos en la nube conectados a través de sinapsis inorgánicas de inteligencia artificial; programas insensibles transmitiendo todo tipo de emociones provenientes de organismos llevados al límite en su capacidad de análisis, en su capacidad de adelantar escenarios, diseñar objetivos y crear herramientas para alcanzarlos.

 La conectividad erigida como la nueva diosa de la primavera, de la renovación; la Red transmutada en una suerte de Shiva con capacidad de regenerar un mundo que, tal y como era antes de la primavera del veinte, dejó de latir, dejó de servirnos.

Rostros e información científica; rostros e información de la tribu, de los nuestros. El espacio, el ágora socrática se había disuelto; nos reuníamos en los mismos espacios holográficos con familiares y compañeros de trabajo; de la sociedad líquida a la sociedad en la nube; el planeta convertido en red de redes.

Soñando una realidad que se volvía despiadada en cuanto a vidas arrebatadas; el dolor, la ira y la lucha libre en la arena política; maniqueísmo fangoso y oxidado que se manifestaba generando un mundo a su alrededor en plena decadencia, en ese mundo se creía firmemente que había buenos y malos; héroes y villanos; eso sólo funcionaba en la ficción del celuloide; la realidad era más sofisticada, con más matices.

No necesitábamos lecciones de nadie y sí el conocimiento y el afecto de todos aquellos que se pusieron al servicio del sentimiento común de indefensión y necesidad de salir del miedo paralizante, uniendo las fuerzas en un gran equipo humano.

Sobró la soberbia y nos especializamos en desarrollar la escasa y fundamental humildad para generar sinergias, disolver odios y peleas de gallos. Sobró el dedo acusador y buscamos la mano tendida para la cooperación entre grupos con objetivos divergentes pero con uno en común: prevalecer y mejorar.

La primavera del veinte nos enseñó a improvisar cómo vivir con nosotros mismos alejados del ruido de la actividad incesante; nos encontramos con una persona desconocida ante el espejo, que se parecía mucho a nosotros pero que no sabíamos muy bien qué hacer con ella, cara a cara, y sin las distracciones cotidianas previas a ese abril del veinte, que nos colocó en nuestro sitio en cuanto a la jerarquía que ocupamos en el planeta; nos enseñó la relatividad de creer que éramos invencibles como especie y nos demostró el insuficiente valor del armamento y de los muros en las fronteras, frente al incalculable poder del conocimiento y de la cooperación internacional.

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