Neofeudalismo, la divina epigenética de Beelzebú

“Debes ser temeroso cuando los demás son codiciosos, y codicioso cuando los demás tienen miedo”

                                               W. Buffett

Enterramos en el horizonte las espuelas de nuestra demencia neofeudal, anclada en la enfermiza obsesión de provocar miedo, para sentir el poder absoluto galopar por las arterias del diablo que llevamos dentro. Los dedos grises del Averno estrangulan la frontera que separa la evolución en paz, de la adicción al caos y al desorden, mientras el Innombrable marca a fuego sus divinas leyes sobre nuestros hombros entregados a la batalla interminable por conseguir vivir a la altura de nuestros deseos.

Técnicamente somos materia gravitando en incontables dimensiones, criaturas sujetas a programas donde se gestiona la velocidad a la que devoraremos nuestro tiempo, motores que no requieren de origen para poblar de vida desiertos y páramos estériles; heraldos de la diversidad extrema, de la eterna inclusión de los opuestos; soñadores de vidas que no nos pertenecen; súbditos y adoradores de la tecnología que se postula para ser nuestro dios, al entregarnos la posibilidad de ser al mismo tiempo el observador y lo observado, el soñador y el sueño. El Dr. Emeran, nos muestra como el cuerpo sirve a propósitos que trascienden la voluntad racional de nuestro desorientado ego, “Los estudios con escáneres cerebrales de individuos dormidos demuestran que las regiones que se activan en la fase REM incluyen las de la red de saliencia de la ínsula y la corteza cingular, junto con varias regiones que generan emociones, como la amígdala y las áreas que ocupan la memoria, el hipocampo y la corteza orbitofrontal, así como la región cerebral esencial para procesar imágenes, la corteza visual. Al mismo tiempo, las áreas cerebrales que participan en el control cognitivo y la consciencia, como las cortezas prefrontal y parietal, y las regiones que se encargan de los movimientos voluntarios, están desconectadas. Estamos paralizados. De ese modo podemos vivir una versión no censurada de nuestra película sin preocuparnos de si nos caemos de la cama cuando queremos huir o darle un puñetazo a alguien. No podemos representar nuestros sueños a menos que suframos un trastorno del sueño.” (Dr. Emeran, 2020)

No somos el oráculo de la diosa que todo lo sabe y todo lo ve. No somos agujeros negros o corazón de galaxia. No somos perros llorando en un frío portal. Somos ausencia de sentido en una inmensa plenitud de certeza intangible, el vacío de una caricia eterna recorriendo nuestro rostro, adiestrado en la tarea de juzgar y juzgarse hasta la extenuación que, sin duda, es lo que hace que nuestro cerebro sea exclusivamente humano. Además el Dr. Emeran nos da otro dato de nuestra condición de especie elegida por la divina providencia en este errante planeta azul, “la otra característica que no tiene ninguna otra especie, a parte de los grandes simios, los elefantes, los delfines y las ballenas, aunque en menor medida; se llaman neuronas de Von Economo (o, para abreviar, VEN) el nombre del científico que las observó por primera vez en 1925. Son neuronas grandes, gruesas y con muchas conexiones que se encuentran en una posición idónea y nos permiten hacer juicios rápidos e intuitivos. Podemos juzgar al instante porque tenemos VEN en el cerebro, o llamadas células de la intuición. Una pequeña parte de estas células aparece en el cerebro pocas semanas antes de nacer. Hay estudios que sugieren que tenemos unas veintiocho mil células de intuición cuando nacemos y unas ciento ochenta mil al cumplir cuatro años. En la edad adulta alcanzamos las ciento noventa y tres mil. Un simio adulto suele tener unas siete mil.” (Dr. Emeran, 2020)

Diseñados para aprovechar las escasas oportunidades que tenemos de encontrarnos adorándonos a nosotros mismos, ya sea en cavernas, pirámides o catedrales, para buscar, como cualquier primate desorientado, la batalla definitiva, la que te aleja de la pérdida infinita, de la desconexión eterna con el sentido definitivo y constante ungido en cada una de nuestras células. Encontrando nuestras hebras de Dios en el polvo del camino, en la vida que nos salpica los pies y la corteza prefrontal, milenaria institutriz de sabios y anacoretas, luchando por sobrevivir en las fosas innombrables y repletas de placer que conforman el reino del Hedonismo; “es decir, cuanto mejor seamos capaces de seguir nuestros propios latidos, mejor sabremos sentir toda la gama de emociones y sensaciones en las tripas. A más consciencia visceral, más sintonizados emocionalmente estaremos. (…) El hambre es una emoción temprana asociada a la supervivencia, y es la base de todas las sensaciones en las tripas que experimentamos más adelante en la vida, incluso el sentido del bien y del mal” (Dr. Emeran, 2020)

Asumiendo como parte de nuestro ADN las evidencias que nos sitúan al margen de la naturaleza, somos la edición genética de un dios exótico que nos crea con cada respiración, antimateria gravitando en torno a un tiovivo de agujeros negros y blancos en los que se quedaron atrapados, para siempre, nuestro deseo de encontrar los confines del universo, ese límite mágico que lo humaniza, que lo convierte en mortal, en finito; en nuestro anhelo de ser la medida de todas las cosas, una extensión del Gran Diseñador primigenio; creador de esta obra de arte donde la carne, fruto de la muerte de una supernova, viaja más rápido que la luz, a través de una red infinita de autopistas hacia la nada y hacia el rostro inmaterial de Beelzebú.

Carne eterna rotando con un todo observable que se va congelando con cada respiración, con cada rotación.  “No hace falta invocar a Dios para encender las ecuaciones y poner el universo en marcha. Por eso hay algo en lugar de nada, por eso existimos. (…) La teoría M es la teoría unificada que Einstein esperaba hallar. El hecho de que nosotros, los humanos –que somos, a nuestra vez, meros conjuntos de partículas fundamentales de la naturaleza-, hayamos sido capaces de aproximarnos tanto a una comprensión de las leyes que nos rigen a nosotros y al universo, es un triunfo. Pero quizá el verdadero milagro es que consideraciones lógicas abstractas conduzcan a una teoría única que predice y describe un vasto universo lleno de la sorprendente variedad que observamos. Si la teoría es confirmada por la observación, será la culminación de una búsqueda que se remonta a más de tres mil años. Habremos hallado el Gran Diseño.” (S. Hawking y Leonard Mlodinow, 2010)

  • Imágen del increíble Diógenes Crespo @diogenescb95

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