Termina la función y se queda solo en el teatro, todo el mundo ha ido a celebrar que hoy se ha representado la última función. A partir de mañana todo comienza de nuevo, la búsqueda de otro personaje que interpretar, llamadas a su agente, pruebas… Tras dos meses en el Inclán, le va a costar volver al vacío de levantarse sin un esquema claro que ejecutar: deporte a primera hora, ensayos, cena con la familia; un cronograma claro con el que se siente protegido y le permite pensar que está con los del lado bueno, con los que no fracasan.
A partir de ahora, de nuevo la incertidumbre; quizá tenga que volver a vivir unos meses en otra ciudad, dormir en apartamentos asépticos y deprimentes, sentir el vacío, la soledad y esa sensación amarga que destila el éxito cuando no lo puedes disfrutar con los tuyos, con los que has elegido; no, con la familia artificial que te va colocando el destino.
Se mira en el espejo y sale al escenario por última vez, gira sobre sí mismo y camina hacia la salida de emergencia; a cuatro manzanas, la compañía en pleno festeja dos meses de ininterrumpido éxito, la crítica y la recaudación en taquilla han estado de acuerdo esta vez. No entiende por qué no está satisfecho, piensa que todo ha ido a la perfección pero siente algo muy distinto, siente ansiedad e indefensión, como si realmente fuera muy difícil que todo volviera a cuadrar, como si el éxito o el fracaso fueran algo que tiene que gestionar pero que, en el fondo, sabe que nada depende de él. No puede más con esta sensación de que todo depende del azar, del miedo a que vuelva la mala racha y se cebe con todo, destruyendo toda buena intención, cualquier buen proyecto.
Le llama Z6, su agente, le ofrecen protagonizar una obra que ha escrito su ex mujer. Buen teatro, buena compañía, buena retribución pero, malos…, muy malos recuerdos. La última vez que trabajaron juntos L3, su ex, y él, todo se fue por el desagüe y no pudo más que perderla por una inconsolable negligencia; la entropía se apoderó de todo y terminó solo y arruinado.
Pero eso pasó hace doce años, todo ha cambiado, él vive feliz con su pareja desde hace ocho años y no sabe nada de L3, aproximadamente desde esa misma fecha. Acepta el trabajo; recibe el texto para terminarlo de valorar, abre una cerveza, dos, tres y no entiende por qué le tiene que estar pasando esto, por qué esa misógina retorcida hija bastarda de Shakespeare y de Madame Bovary vuelve para atormentarlo.
Suena el teléfono, es la hija que tuvo con L3, lleva sin hablar con ella cinco años, desde que se fue a vivir a un pequeño pueblo junto a los monasterios de Meteora; le dice llorando que su madre se ha suicidado y que, en un mensaje que le acaba de llegar, le culpa a él de todo. W7 le pide que se tranquilice y que primero se asegure de que todo lo que está diciendo es cierto; ella se reafirma diciéndole que le ha llamado la actual pareja de su madre, quien se la ha encontrado muerta en la bañera con las venas abiertas – Como los emperadores romanos – piensa W7. Le entra una llamada por la otra línea, es el director, le están esperando, es el último ensayo antes del estreno: nervios, fobias, todo a flor de piel.
W7 llega al teatro, se viste, lo maquillan… Pisa las tablas como el poeta que está recitando sus últimos versos, se vacía…
Termina la función y se queda solo en el teatro, todo el mundo ha ido a celebrar que hoy se ha representado la última función. A partir de mañana todo comienza de nuevo, la búsqueda de otro personaje que interpretar, llamadas a su agente, pruebas… Tras dos meses en el Inclán, le va a costar volver al vacío de levantarse sin un esquema claro que ejecutar: deporte a primera hora, ensayos, cena con la familia; un cronograma claro con el que se siente protegido y le permite pensar que está con los del lado bueno, con los que no fracasan.
- Ilustración de mi buen amigo Dani Santos, alias Sir Vayni