Efecto Galileo, entropía y belleza

“Es consolador pensar que formo parte de Gaia y saber que mi destino es fundirme con la química de nuestro planeta vivo”

                                     James Lovelock

 

Vivimos sumergidos en un orden implicado donde la forma y la energía guardan una relación inversa; la energía es el principio de toda morfogénesis, pero una forma determinada sólo puede aferrarse a sus límites en la medida en que posee cierta estabilidad y resistencia al cambio. Por esto, sólo en las zonas del sistema donde la energía es baja, casi latente, puedes satisfacer tú adicción a lo que permanece en el tiempo; pues donde hay energía fluyendo no hay herencia que proteger, ni protocolos que consolidar; cuando la energía fluye todo cambia.

La vida, como estructura química estable, sabe de esto y lo primero que hace al aparecer, es influir en el equilibrio químico del espacio donde antes no había vida, siempre con unos índices muy altos de entropía, de desorden, de continuo cambio. La vida influye en este equilibrio desordenado y crea una anomalía química estable, reduce el índice de entropía, altera el equilibrio químico y lo ordena; es la belleza de la vida, una anomalía estable que controla el fluir de la energía y estabiliza la química; donde hay vida hay orden, cuando se altera ese orden anómalo, se pone en peligro la vida.

La forma y la vida trabajando juntas, haciendo posible el orden en todos los campos de la realidad, los campos de las células se encuentran sujetos a los campos de los tejidos; los de los tejidos a los de los órganos y los de los órganos al campo morfogenético del organismo como totalidad; la resonancia mórfica como aliada de la homeostasis, de las diferentes formas que adopta la vida “Cada vez que se forma un átomo, los electrones ocupan, en torno al núcleo, los mismos orbitales; los átomos se combinan repetidamente dando lugar a las mismas formas moleculares; las moléculas cristalizan una y otra vez ateniéndose a las mismas pautas; las semillas de una determinada especie dan lugar, año tras año, a plantas que presentan el mismo aspecto y, generación tras generación, las arañas tejen el mismo tipo de telaraña. Las formas se originan repitiendo, una y otra vez, el mismo tipo de pauta. Y es precisamente este hecho el que nos permite reconocer, identificar y nombrar las cosas.” (R. Sheldrake, 2009)

El ritmo, la simpleza de no considerar ni siquiera que existes; olvidar todos los cálculos y volverse divisa canjeable en cualquier mercado de almas; una escalera a través de la cual ascender hasta sentir vértigo y lanzarse al vacío de lo cotidiano, de lo que dejó de ser único; bestias convertidas en inteligencia artificial con el botón de pausa extirpado por la adaptación.

En el amanecer de lo que nos aterra y al mismo tiempo nos libera para siempre del miedo; saber que no somos los dueños de nuestros cuerpos, ni de su composición ni de su forma; somos parte del sistema Tierra. Al sentir su resonancia mórfica, te alineas con ella, con Gaia; formas parte, sin ninguna resistencia, de esa anomalía ordenada; una isla en el océano infinito del equilibrio saturado de entropía; del equilibrio, en permanente cambio, que nos rodea como especie y como planeta.

La frontera incierta entre lo que somos y lo que podemos ser; barreras invisibles que nos mantienen encerrados en nuestros sueños, implantados por deseos atávicos de buscar un orden oculto en toda experiencia; el modelo común que subyace en todo fenómeno observable y la obsesión reduccionista de demostrar las leyes constantes que explican la realidad. La tendencia de la mente a buscar y buscar orden en lo vivido; las estructuras ordenadas de las matemáticas, creaciones de la mente humana, se sobreponen a las experiencia y, de ese modo, nos permiten rechazar las que no encajan. Así es como van adoptándose, a través de un proceso semejante a la selección natural, las fórmulas matemáticas que mejor encajan. “Desde este punto de vista, la actividad científica sólo se refiere al desarrollo y la demostración empírica de los modelos matemáticos de aspectos definibles y más o menos aislados del mundo y jamás podrá conducirnos a una comprensión fundamental de la realidad” (R. Sheldrake, 2009)

Magia y método científico en dosis apropiadas; biología molecular y expresión artística para buscar los orígenes del universo y así comprender nuestro presente,  el indeterminismo controlado que mantiene estable el Sistema Tierra, las fuerzas de la gravitación que mantienen unida a la materia, “Bien podríamos decir que, al unificar varias cosas tiempo atrás dispersas, se produjo súbitamente una realización de su unidad y que eso creó una nueva totalidad, que es el universo, tal y como hoy lo conocemos. Y también podríamos decir, en este mismo sentido, que la naturaleza tiene un propósito, un propósito mucho más profundo que lo que superficialmente parece” (David Bohm, 1982)

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