“sólo se manda a quienes no se obedecen a sí mismos»
F. Nietzche
La liberación que experimentas cuando vives sabiendo que la unidad mente-cuerpo, diferenciada del resto de la realidad, es una alucinación controlada del cerebro, para que podamos adaptarnos al quehacer diario; es semejante a la relajación que sientes cuando vives sabiendo que estás conectado a todo lo que pasa en la Tierra y, al mismo tiempo, a todo lo que pasa a millones de años luz de ella. Nuestras vidas, patrones de longitud de onda, funcionan al ritmo del Sol y de los planetas que nos rodean, y estos, al ritmo del resto del cosmos y sus miles de millones de galaxias.
Si miramos hacia atrás, los descubrimientos de Urano, Neptuno y Plutón (ex-planeta) parecen haber coincidido con el surgimiento de tres arquetipos fundamentales en la experiencia humana colectiva en una forma recientemente constelada, visible en acontecimientos históricos y tendencias culturales importantes de los siglos XVIII (Urano), XIX (Neptuno) y XX (Plutón). Los siglos correspondientes a sus respectivos descubrimientos parecen haber provocado, en la evolución de la conciencia humana, el rápido desarrollo y el radical acrecentamiento de un conjunto característico de cualidades e impulsos que también se pudieron observar sistemáticamente en precisas correlaciones natales y de tránsito que involucraban a esos planetas específicos en referencia a individuos y épocas a lo largo de la historia.
Aunque la tradición astrológica se desarrolló sobre la base de los siete antiguos cuerpos celestes y sus significados heredados, gran parte de las evidencias que se han examinado implican alineamientos de estos tres planetas exteriores cuyos correspondientes principios arquetípicos parecen ser particularmente pertinentes al esclarecimiento de más profundas configuraciones transpersonales y colectivas de experiencia humana.
“La carta natal parecía indicar algo así como las subyacentes estructuras tonales de la vida, mientras que los tránsitos sugerían el tempo y la estructura rítmica de su desarrollo. Lo que no estaba indicado era la melodía singular, la manera específica de realización creativa que la vida individual ponía finalmente en acción dentro y por medio de las estructuras arquetípicas” ( Richard Tarnas, 2006)
En cuanto a Urano, fuentes astrológicas recientes sugieren que el periodo histórico en que se descubrió el planeta, en el siglo XVIII, se correspondía con el significado arquetípico, sobre la base de que, en cierto sentido, el descubrimiento del planeta físico constituyó la aparición, en la percepción colectiva, del arquetipo correspondiente al planeta. Desde este punto de vista, los paralelismos con el significado astrológico de Urano estaban clarísimos. El descubrimiento del planeta en 1781, por el astrónomo y músico William Herschel, hizo surgir todo lo que el arquetipo representa en cuando al principio empírico de cambio, rebeldía, libertad, liberación, reforma y revolución, así como la inesperada quiebra de estructuras; a sorpresas, revelaciones y despertares, relámpagos de intuición, la aceleración del pensamiento y los acontecimientos; al brillo intelectual, la innovación cultural, la invención tecnológica, el experimento, la creatividad y la originalidad. Además de su asociación a rupturas repentinas y acontecimientos liberadores, los tránsitos de Urano van ligados a cambios impredecibles y rompedores.
Resulta fascinante comprobar como con su descubrimiento coincidió el momento culminante de la Ilustración, es esa época extraordinaria que produjo la Revolución Francesa y la Norteamericana, la Revolución Industrial y el comienzo del Romanticismo. Como advierte R. Tarnas “En todos estos fenómenos históricos coincidentes, la figura de Prometeo salta de inmediato a la vista: la defensa de la libertad humana y la autodeterminación individual, el desafío a las creencias y costumbres tradicionales” (R. Tarnas, 2006)
En ese momento histórico se dieron las fervientes revueltas contra la realeza y la aristocracia, la religión establecida, el privilegio social y la opresión política. Se llevó a término la Declaración de Independencia y la Declaración de los Derechos del Hombre, liberté y egalité. Se materializaron los comienzos del feminismo, el amplio interés por las ideas radicales, la rapidez del cambio y la adopción de lo nuevo, la celebración del progreso humano; la multitud de inventos y progresos tecnológicos, las revoluciones en arte y en literatura, la exaltación de la libre imaginación y de la voluntad creadora, toda una plétora de genios y héroes culturales. Aquí encontramos a los poetas románticos con sus grandes apologías de Prometeo. Si hubiera que asignar una caracterización arquetípica a la era del descubrimiento de Urano, nada parecería más adecuado que la de “Prometeo Desencadenado” El legendario Esquilo luchando en Grecia junto a Lord Byron por un cambio radical de paradigma, los dioses deben compartir el fuego sagrado con los hombres, de lo contrario habrá que vencerlos y obligarlos a que lo compartan, o robárselo o quizá seamos nosotros dioses también y no haya nadie a quien darle las gracias porque todo nos vaya bien, ni tampoco haya nadie a quien echar la culpa porque todo nos vaya mal. No hay nadie a quien pedir que cure a nuestra hija o que nos encuentre trabajo para no perder la casa o la autoestima o la ilusión por vivir. Quizá no haya nadie a quien agradecer que seamos ricos y tengamos una pareja perfecta. Quizá no haya nadie a quien adorar, a quien pedirle que haga que llueva o que nos cure el cáncer. Quizá no haya nadie a quien pedirle que nos devuelva a nuestra pareja muerta o que cure a nuestro hermano de su letal adicción. Quizá no haya nadie a quien pedirle que deje de haber pobreza o desigualdad. Quizá no haya nadie a quien pedirle que las iglesias dejen de violarnos.
Quizá somos dioses, al mismo tiempo el ser condicionado y el ser incondicionado. Es probable que todo nos lo tengamos que pedir a nosotros mismos: no hay más eternidad, ni ausencia de miedo, de culpa o de ansiedad ante el fracaso o la victoria, que la que nosotros podamos crear. Todo indica que somos el Ser Absoluto, que somos los que tenemos miedo y los que nunca lo hemos tenido, somos los que dudamos y los que siempre hemos confiado en nosotros mismos: lo único que es verdad. Somos los que cada día tenemos mucho que perder o ganar y los que estamos eternamente satisfechos, plenos, en paz; somos los que deseamos el éxito y los que deseamos no fracasar y los que no deseamos porque no juzgamos: no hay nada bueno, ni nada malo, no hay nada que perder, no hay nada que ganar; no hay, no somos, no estamos: somos lo sin adentro y sin afuera, sin por qué, sin para qué. Somos a los que no se manda porque sabemos obedecernos a nosotros mismos.
Viviendo al ritmo de los árboles del parque, del Cinturón de Orión o de Neptuno, planeta descubierto en 1846 por el matemático francés Urbain Levernier que postuló la existencia y la posición de un planeta más allá de Urano, cuya influencia gravitacional arrastraba a este fuera de su órbita. Inmediatamente después, ese mismo año de 1846, el astrónomo alemán Johann Galle descubrió el nuevo planeta y lo llamó Neptuno por el dios del mar. En las décadas siguientes los astrólogos volvieron a llegar gradualmente a un sorprendente consenso universal sobre la coincidencia de las principales cualidades y temas observados con la posición del nuevo planeta en las cartas natales y los tránsitos.
Neptuno se asocia a las dimensiones de la vida que tienen que ver con lo trascendente, espiritual, ideal, simbólico e imaginativo; a lo sutil, informe, intangible e invisible, a lo intuitivo, intemporal, inmaterial e infinito; a todo lo que trasciende el limitado mundo temporal y material de la realidad empírica concreta: mito y religión, arte e inspiración. Se asocia también al impulso a renunciar a la existencia separadora y al control egoico, a disolver fronteras y estructuras en favor de unidades subyacentes y conjuntos indiferenciados; a la disolución de las fronteras del ego con las estructuras de la aparente realidad.
El principio arquetípico asociado vinculado a Neptuno gobierna todos los estados no ordinarios de la conciencia y las profundidades oceánicas del inconsciente. Esto nos recuerda el Tao y su incesante fluir que en todo se filtra y cuya fluidez acuosa escapa a toda definición lógica. También viene a la mente Freud y sus referencias al “sentimiento oceánico”, “una sensación de eternidad”, un sentimiento de algo ilimitado, sin ataduras, de ser uno con el mundo exterior como un todo. O la delicada y acuosa imagen de Willian James de una trascendental “madremar” de conciencia con la que la conciencia individual no tiene discontinuidad y a la cual el cerebro sirve en esencia de tamiz o filtro.
Yo, ser individual, me inspiro a mí mismo, el aire, la energía vital; cada vez que inspiro, convierto en ser individual al ser absoluto: lo sin forma se convierte en la forma de mis pulmones henchidos con la forma que contiene todas las formas y no es ninguna, el absoluto, lo sin dentro ni fuera, el aire, el principio vital disponible para todos; para el asesino y para el santo; para el recién nacido y para el moribundo. Contemplando la respiración te liberas de la Liberación: conjunción, oposición, alineamiento.
En cuanto al tercero de nuestros compañeros celestes, el ex-planeta Plutón, el último en ser descubierto, por Clyde Tombaugh en 1930. Después de numerosas alternativas y de cuidadosos exámenes el nuevo ex-planeta recibió el nombre de Plutón, el dios del inframundo. Las observaciones de las correlaciones potenciales con Plutón que hicieron los astrólogos en las décadas posteriores sugirieron que las cualidades asociadas al, por aquel entonces, nuevo planeta, resultaban en realidad asombrosamente pertinentes al carácter mítico de Plutón, el Hades griego y también a la figura de Dioniso, a la que los griegos asociaban estrechamente la de Hades-Plutón (Tanto Heráclito como Eurípides identificaron a Dioniso y Hades como una misma deidad); vinculado por Freud al concepto del ello primordial “la caldera hirviente de los instintos”. El arquetipo asociado a Plutón encarna las poderosas fuerzas que surgen de las profundidades de la naturaleza; dentro y fuera del inframundo elemental. Una vez más, como había pasado con Urano y Neptuno, también en el caso de Plutón el dominio mitológico y el elemento asociado al nombre que se le había dado al nuevo planeta, parecían poéticamente adecuados.
Con el consenso de la mayoría de astrólogos del momento, Plutón se relaciona con el principio del poder, a aquello que obliga, refuerza e intensifica hasta un estado de plenitud, o por el contrario, va más allá y lo conduce hasta fronteras sobrecogedoras y catastróficas, donde habitan los instintos primordiales, libidinales, destructivos y regenerativos, catárticos, en permanente transformación.
Plutón representa el submundo y el subsuelo en todos los sentidos: biológico, político o social. Es lo oscuro, misterioso tabú y a menudo la terrorífica realidad que acecha bajo la superficie de las cosas, bajo el yo mente-cuerpo, las convenciones y bajo la superficie de la Tierra que, de vez en cuando, estalla destruyéndolo todo: niños, viejos, esperanzas y sueños convertidos en realidad; la lava volcánica no piensa si es bueno o malo reducir a cenizas ciudades enteras convirtiendo a todos sus habitantes en burbujas de carbono; o el maremoto que lo arrasa y lo regenera todo al mismo tiempo; muerte y renacimiento.
Nos sitúa el doctor Tarnas: “En cuanto al descubrimiento de Plutón y los fenómenos sincrónicos en las décadas inmediatamente anteriores y posteriores a 1930, y más en general en el siglo XX, incluyen la fisión del átomo y la liberación de la energía nuclear; la titánica dotación tecnológica de la civilización industrial y la fuerza militar modernas; el surgimiento del fascismo y otros movimientos de conducción de masas; la amplia influencia cultural de la teoría de la evolución y el psicoanálisis con su foco en los instintos biológicos; el incremento de la expresión sexual y erótica en las costumbres sociales y las artes; la intensificada actividad y conciencia pública del submundo criminal y una tangible intensificación de la violencia masiva y los catastróficos desarrollos históricos que responden al impulso instintivo, evidente en las guerras mundiales, el holocausto, la amenaza de aniquilación nuclear y devastación ecológica (…) También se podría mencionar la politización intensificada y las luchas por el poder, características del siglo XX, el desarrollo de poderosas formas de transformación y catarsis de la psicología profunda, y el reconocimiento científico de que el cosmos en su conjunto es un vasto fenómeno, todavía en evolución” (Dr. R. Tarnas, 2006)
Seguiremos navegando a lomos de un sistema solar decadente y deslumbrante; asistiendo como onda y partícula a la creación de espacio por parte del mismo espacio; viviendo en el vacío del núcleo de cada átomo; deslizándonos sinuosamente en el interior del eco que repite las palabras del mágico economista K. Marx “Cada vez sabemos más de menos; llegaremos a saber todo de nada”
Recordemos que en 1793, Revolución Francesa, se produjo la abolición del culto a Dios, se cerraron las iglesias de París y se prohibió la lectura pública de la Biblia. El obispo de París abjuró públicamente de la religión católica y declaró que a partir de aquel momento, en Francia sólo se rendiría culto a la Libertad y a la Igualdad.
El 10 de noviembre de 1793 se proclamó una Fiesta de la Razón y se saqueó la catedral de Notre Dame, que luego se dedicó ritualmente al culto de la Razón. El sistemático intento de la Revolución por descatolizar la sociedad francesa y establecer una nueva religión de la Razón y la Humanidad, se prolongó por más de tres años, hasta que en 1797 se instituyó la libertad religiosa, aunque se siguió considerando al papado de Roma como enemigo de la Revolución. En 1798 los militares franceses expulsaron de Roma al Papa Pío VI y lo metieron a la cárcel donde murió.
Recordar que todo esto pasó durante una oposición de Urano y Plutón, que se volvió a repetir en los revolucionarios años sesenta del siglo XX…
Recordar… en todo, sin adentro y sin afuera; sin principio y sin fin: Tabla Esmeralda.