NEGLIGENCIA
Alicia no volvería a introducir las llaves en la puerta del ático. No volvería a escuchar su respiración. No volvería a disfrutar de su rostro cuando meditaba frente al sofisticado Mediterráneo.
Contemplaba un documental sobre un fotógrafo neoyorquino; ese hombre adherido a una cámara le hizo recordar que no había conseguido nada: pintar, escribir, tocar un instrumento… Lo había probado todo y en nada había cosechado el menor éxito.
Se incorporó para poner música; todas las canciones le recordarían a ella: Alicia con una toalla caminando por la casa, Alicia leyendo, Alicia haciendo el amor, Alicia riéndose… Abrió otra botella de vino, contempló la bahía; el cuarto creciente convertía las vistas en todo un espectáculo. ¿Para quién? Estaba solo, había fundido su buena suerte, pasaban los años y se agotaban los cartuchos en el cinturón.
Debería haber un medio de extirparse la memoria, pensó. Liquidarla para siempre. No tenía esos planes la realidad. Sonó el teléfono, era Alicia. Un haz de luz iluminó su rostro para luego hundirlo en la oscuridad total. El sábado próximo un camión de mudanzas aparcaría frente a su casa, se llevaría los muebles, los cuadros, las máscaras, los libros, la ropa… Todo el universo Alicia.
Llegó el camión de mudanzas. Al otro lado del teléfono alguien no contestaba. Dejó el móvil sobre la mesa para abrir la puerta a la cuadrilla de Mudanzas Valero: les sintió como una banda de ladrones a los que no podía oponerse. Sentado en el sofá, con una taza de café frío en la mano derecha y una cadena inagotable de cigarros en la izquierda, contempló cómo le extirpaban su mundo. Cuatro desconocidos con petos marrones, botones dorados y logos verdes borraban su vida. Alicia lo había marcado todo con una A enorme antes de abandonarle. Una hemorragia de pasado inundó esa asfixiante mañana de sábado.
Todos sus sentidos tiraban hacia abajo pero había que mantener la calma y no dejarse llevar por impulsos que retrasarían la rehabilitación. Ya no eran tiempos de abandonar su higiene personal y tirarse en el sofá frente a la televisión, rodeado de trozos de pizza resecos, botellas de vino y comics… Todo había cambiado; había que descubrir las claves de lo ocurrido, debía modificar la causa y el efecto.
Desde la terraza contemplaba los veleros navegar con elegancia y desdén. Esa combinación le parecía una buena mezcla para sobreponerse a la situación pero, su deseo no encontraría la realidad apropiada para satisfacerse. Llegó al despacho con ganas de trabajar, mezclarse con el mundo, agendar reuniones, cerrar campañas… Pasadas dos horas en la agencia ya estaba asqueado, con la mente paralizada y la mirada perdida dentro de la pantalla del ordenador. La realidad era lo que parecía; una gran nada disfrazada de negocio por gestionar. Estaba ahí para darle la vuelta al vicio de la depresión automática y comenzar a alucinar con las mediocridades del minuto a minuto, de la reunión, de la estrategia para colocar la campaña y del homenaje a base de café italiano.
Ramiro había pasado el fin de semana observando como robaban los símbolos de su último amor, de su última guía espiritual, de su última maestra en la vía de ascenso desde la calle viscosa hasta el Oráculo de Delfos, de Alicia que, como Diotima hizo con Sócrates, se había despedido de él para siempre.
Superado el sábado, Ramiro había invertido el luto dominical en una escrupulosa observación de los huecos que habían dejado los cuadros de Alicia, las máscaras, la risa, el odio y los disfraces divinos de Alicia. Huecos geométricos y pedazos del alma arrancados por desconocidos, sin dolor, bajo el efecto de una inconsolable negligencia. Pero ahora esos huecos le hacían sentir vivo, herido, con dolor. Tenía un motivo claro para superar ese apestoso lunes. La eutanasia del dolor se había convertido en la mejor excusa para seguir vivo. La herramienta sería la fusión de los contrarios, esa vieja enfermedad común a toda la especie, esa técnica con la que se mantiene la factoría del deseo a pleno rendimiento; la tensión ideal para que suene la cuerda, para que no decaigan las ganas de cambiar el menú diario -otra mente y otro cuerpo- El eterno retorno. La Escuela de Eranos. Buscar en lo opuesto todo aquello que nos falta. En esta ocasión, iba a tirar las páginas donde habitan los deseos de huir. No viviría más el desgarro amoroso como un artista vive la enfermedad. Lo mórbido no tenía nada que ver con la obra maestra. No invertiría en un futuro con los dedos amarillos por la nicotina. No invertiría en un hospital psiquiátrico donde la baba se convertiría en el estandarte de su imaginación….
Crítica Literaria: Milagros Polo López. Profesora en la UCM
Pozuelo de Alarcón, 22-8-2010
Querido Benjamin,
Un par de tsunamis en los últimos meses me han tenido fuera de combate. Y tu novela, ya leída, en una estantería.
He leído atentamente tu escrito y todo lo que te diga no es más que “una opinión” más; aunque yo me llame profesora- y tu me hagas el honor de llamarme “maestra”- de literatura. Así debes tomarlo, y cuantas más opiniones tengas, mejor para tu conocimiento y tu estilo, que debes defender, sin influencia alguna.
Tu novela es ambiciosa y caleidoscópica, corre y salta, como la propia vida, que el narrador, acaso no quiera ordenar…Se lee bién porque escribes bien y nada te impide decir lo que deseas.
Empieza y acaba sin principio ni fin, porque la vida así es y sigue… para este personaje , desde la huida del ático al final de Las negras.
Ramiro es el centro, pero tiene dobles, y no precisamente los “patológicos” que Ramiro alucina. Placer o ascetismo, monje o maldito, sin duda los dos. Ramiro experimenta entre orden y libertad, pero tiene una constante, buena, de la que él reniega:”lo que realmente pensaba era que tanta lectura le había jodido la vida” (pg, 98). Pero adora los libros y los sabe lejos de una realidad cotidiana que detesta, como detesta lo mediocre.
Huida constante, cambios de espacio, viajes fallidos: México, donde parece percibirse un hado fatal que va desbaratando sus proyectos. Buscar orden, buscar destino, centrarse en un trabajo…son utopías que chocan con
su gran imaginación, como una cafetera saliéndose a presión…O tal vez el apartarse de una senda cierta que el narrador cita: ”Tendría que haber seguido con la poesía, al menos podría pensar que mi genialidad exigía estos desvaríos estériles…(pg,58)
Verdaderamente piensa el narrador en la esterilidad y los desvaríos poéticos…Mucha de su prosa es poética, la que se aleja del desorden de la vida, que lo es en gran medida. El narrador ordena, sí, pero se le escapa afortunadamente la imaginación…
Pienso que la vena poética tiñe muchas páginas de la prosa del narrador, sin duda, las mejores.
Sergio y el Padre como adláteres, con parecidas ambiciones y carencias. Sergio es más, es el amigo a quien se recurre como el doble mejor. Y siempre responde… eso es lo bueno. Padece males como los de Ramiro, pero se tiene en pie. Un pasado de sida, droga y alcohol como mecha de prendimiento. Un friso no lejano a esta postmodernidad que nos rodea. El personaje central se lamenta de si mismo, de la vida, acaso de nada, o acaso de una ambición que no acaba de cuajar.
El Padre, nebuloso, ni siquiera es egoísta, el Padre, no llega a kafkiano, pero no responde al Hijo, lo que resulta obvio, porque el Padre espera más del hijo y acaso más de si- mismo. Se culpa pero no sabe qué hacer.
Saben los padres qué hacer con los hijos?
Una “banda de mujeres” como necesario ideal de un Ramiro idealista, siempre. La mujer puede ser obviada o requerida, pero el personaje no es jamás un “hombre típico” no es nunca un machista, por eso esas mujeres tienen cualidades, personalidad, inteligencia, incluso triunfan en la vida y así aparecen: “libres”. Tienen ambiciones, fracasos y sueños… Otras pertenecen al mundo que el héroe deshecha, por eso son puntuales se venden con facilidad.
Alicia, Maite, Amparo, Elvira…o las amigas de Sergio… Hay mujeres para el sexo o mujeres de gravitación propia que le rozan y se fugan por motivos diversos…o María como un enrejado de vida y muerte…
¿Cómo ligarse a aquello que se nos parece?. Tiene claro la diferencia entre sexo y amor, pero no le coinciden, tal vez como a ellas.
¿Influencias? Muchas, pero condimentadas: la literatura, los ensayos, la alquimias, el cine, los viejos manuscritos de grandes culturas, todo rebulle entre los hilos de la novela. El friso o las escenas escapan de la modorra cotidiana; sí, esa es la tragedia que se va colando, un fracaso que no se acepta, porque el que salta el dique de lo “real” sabe a lo que se expone. Ramiro, acaso no lo sabe…yo creo que el narrador, ya sí lo sabe.
Los espacios son muchos, Europa, Oriente, América, Africa…Ciudades bellas y otras, aciagas.
Donde mejor se mueve el narrador, donde su prosa crece es en los espacios naturales, allí la prosa se transforma y se crece. La novela lleva como en un libro teórico, “títulos” o capítulos, interesantes pistas de lo que allí hay. La vena poética del narrador se señala en estos títulos. Creo que el narrador no es suficientemente consciente de ese manantial poético…
Caso aparte es Julia, la Madre, “mater magna”, que al serlo no ejerce con el poder negativo que genera el Edipo. A una cierta edad considerable, ella se emancipa, suelta las amarras del marido, del hijo, del espacio e incluso del tiempo. Es, el espejo positivo de Ramiro. Porque en Ella se resuelven los verdaderos deseos del Hijo: la realidad, lo cotidiano, nos impide ser, los factores temporales y espaciales nos recortan la vida, cuya única escena es el “presente” y la circunvalación de sucesos que nacen y mueren en la rápida rueda de la Vida dan que pensar.
Julia es… una filósofa que se atreve, en sus últimos años, a experimentar, sin ataduras. El narrador intercala la bruta acción de la vida, que zarandea y quema a los personajes, con una visión muy “oriental” , como cauce deseado que se aleja. Caen y vuelven a levantarse por espacios diversos. La naturaleza es el espacio de curación en medio de los trasvases de Ramiro y los “otros”. El mar…”toujours la mer”, como escribió Vàlery; la tarde que cae en los confines de las ciudades, los trazos del alba sobre las colinas…los horizontes, los paisajes literarios, el ruido de la memoria de las civilizaciones: todo se mezcla en el archivo volcado del héroe.
Es precisamente en el relato de la naturaleza y los sueños donde el narrador se exalta y poetiza. Los mejores trozos de la prosa están ahí. Sí, lo aseguro.
Julia es un espejo a imitar, pero Ella no cuestiona, ni manda, ni desdice al Hijo. El hijo sí teme exhibir aquello que la enfermedad o la droga le hacen hacer…
Julia consigue lo que su hijo no deja de buscar, “el instante”, la huida del pasado y del futuro.”Presentismo”, define el narrador-héroe, trágico al fin. ¿No es acaso lo que, al final, descubren dos grandes: Goethe y Nietzsche?
Ramiro quiere y detesta el “orden”. Pero sabe el valor y la seguridad del “orden”, que se aleja de él, porque no acepta lo categóricamente mostrenco del “orden”..Entre la razón y la sin-razón, entre la seguridad y el desmadre, Bataille elegía lo segundo, pero luego volvía a lo primero. Dilema de Ramiro. Desde un punto de vista socio-político ( qué palabro!) se debate entre lo conservador y lo social-revolucionario. Hay pinceladas suficientes a lo largo de la narración, aunque sólo lo justo.
Una huida de sí que no acepta rutinas, que tiene como meta la libertad, una libertad que no le libera de la escena primera: la expulsión del Paraíso, la necesidad inapelable de la Vida…absurda o extrañamente tentadora y bella…
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Espero que no me hagas demasiado caso y sigue escribiendo…porque dado tu “sino”, estás abocado más a la contemplación que a la acción…Y no hagas como una gran amiga mía, vieja como yo, que hace muy poco, fui a su casa y casi toda su gran librería había desaparecido… Los había regalado. Estuvimos riendo hasta morir…Y me dijo: “ ¿Te das cuenta de lo bien que hubiéramos estado sin leer libros?.” ¿Te suena?
No, le dije, yo no los perderé nunca jamás, hasta mi fin…y fíjate Benjamin, cómo enfermó de muerte Octavio Paz…cuando se le quemó su gran biblioteca…
Antes de acabar, y para seguir con la “magia lectora”, te recomiendo que leas a Peter Sloterdijk, un gran pelirrojo alemán, actual e infernal.
Empieza por:” Normas para el parque humano”, editado por Siruela, y “Crítica de la razón cínica”, también en Siruela- eso de aperitivo, pues tiene más…
Y para contrarrestar tanto destrozo, te recomiendo un romántico utópico y poético, también alemán-¡Qué gente!: Ernst Bloch: El principio esperanza, hace tiempo editado por Aguilar.(l980)
¿O ya los conoces?
Abrazos, Milagros