La observación de nuestro día a día, para alejarnos de él lo suficiente como para entender qué es lo que estamos haciendo, es fundamental para vivir en paz.
El ser humano nace y muere. No recordamos lo que hacíamos antes de nacer y no somos capaces de imaginar lo que haremos antes de morir, pero todos sentimos que quien vemos en el espejo es algo más que lo que vemos reflejado, algo más que los ojos que nos miran fijamente, algo más que nuestra cabeza unida al cuerpo por el cuello. Sentimos que somos algo más cuando miramos a nuestros hijos correr por el parque. Sentimos que somos algo más cuando caminamos hacia el despacho del jefe sin saber porqué nos ha convocado. Pues, efectivamente, somos algo más.
Si paramos un momento en nuestro constante fluir de pensamientos, ya sean muy interesantes, importantes y dignos de comunicación; tanto como si son absurdos, estériles y recurrentes; y nos preguntamos <<¿Quién soy yo?>>, además de esa cara en el DNI con un nombre y dos apellidos, quien los tenga, además del tío que se casó con no sé quién…, o la mujer que se fue a vivir no sé dónde…, además de ser lo que hemos hecho y el nombre que nos han puesto, <<¿Quién soy yo?>> No lo sabemos.
Tras esta pregunta está el vacío primordial; está lo que la física cuántica y la teoría de cuerdas quieren explicar; está lo que la medicina intenta controlar; está la consciencia universal, la psique, el inconsciente colectivo; está el <<Yo>> que no sabe porqué nació ni porqué morirá; está la totalidad del no saber; está la única respuesta posible: somos lo que vivimos, somos cada momento que respiramos, somos la mirada en el espejo, somos el paso a paso hacia el despacho del jefe, somos la respuesta definitiva a <<¿Quién soy yo?>> Yo soy la Divinidad, soy el Creador, soy Dios, soy mi Padre, soy mi Fuente, eterna e ilimitada, fuera del espacio, fuera del tiempo.