Nacimiento
Resucita y adquiere otra identidad. Está en una frontera. Un federal espía en su cuerpo. Le suda el aliento. Se salva. Dejan de desguazar el coche. En Texas, un perro negro olfatea sus genitales. Cruza de nuevo, la frontera, con traje de lino. Fuma marihuana en Monterrey. Saluda a sus amigos al comenzar la fiesta. Dos mujeres lo invitan a montar en su coche: a deslizarse por las calles del Barrio Bajo: paredes blancas y rejas negras.- Se ven las estrellas – susurra el mayordomo del Oráculo al que nos dirigimos. Juglar no puede hablar en presencia de su señor. En cuanto sale del Oráculo, comienza una angustiosa expectoración de verbo estancado, los huesos de su pensamiento van debilitándose. Se afilan las aristas de su capacidad de renuncia. Su frustración gotea sobre el suelo de un sótano rechinante.
Iniciación
La fiesta es de madera con indios por las paredes y mezcla de piñones. El señor no deja de orar durante cinco horas. Nuestras máscaras mutan al ritmo del monólogo. Abundan las teorías en Burdeos y sol. En águila y Marte. La música viene de San Antonio. El mayordomo recicla fuentes de fruta.
– Los norteños somos una mezcla entre vascos y siux – concluye la diatriba tetragonal del señor. Mi cabeza se derrite hasta tocar las veintidós patas de la mesa. Repto por los setenta y dos cuellos de la botella vacía y cabalgo hacia el sur.
Descenso
La carretera está llena de restaurantes, donde monjas se colocan y retiran el hábito al cumplir con sus jornadas laborales. Kaktus mágicos se enredan en las pupilas. Inyectan en ellas el hechizo de lo estático. Paro en Zacatecas. Me esperan. Fiesta. La pasión acostumbrada. Al día siguiente reanudo mi viaje.
Estoy en Palenque. Jungla y Templos. Me arrodillo ante el Dios Triangular. Sobredosis de atardecer. Entra en funcionamiento el láser de mis pupilas. Vuelo hasta el infierno. Una niña me vende un collar. Con el que me ahorco. Resucito siendo otro niño. Ella es mayor. Yo maduro con rapidez. Orgasmos de oro en la cumbre de la revolución deista. Mana leche de mi boca. Bebemos hasta saciarnos.
Enfrentamiento
Salgo para San Cristóbal de las Casas. El autobús flota menos que yo. Tras cinco horas de martirio, (el conductor, para no dormirse, mantiene el recinto a bajo cero) vuelvo la cabeza debido a estalactitas en mi nuca y … ahí está; el mayordomo del Oráculo.
Viaja a Chiapas. Comprará tallas para su amo. Una familia de piezas cuyo simbolismo traduce la fusión entre norteños, vascos y siux. En Las Casas hay millones de galerías de arte, pero sólo algunas son de verdad. Hay marchantes por las esquinas, pero sólo algunos ángulos son realidad. Hay magia en las iglesias. El estado invierte para que las balas no atraviesen cabezas ni los machetes secciones cuerdas bucales. Se intuyen viejos dioses mendigando en la plaza mayor. No es un buen signo. Conozco a un artesano, a una artesana y a tres hijos de dos artesanos.
Viven en una casa semicircular. De dos plantas. Las habitaciones del piso inferior dan al jardín. Las de arriba a una galería. Ella es sueca, él es indio, yo ingrávido. El jardín hace tiempo que dejó de cuidar su exquisitez.
Victoria
Voy a la estación a comprar un billete para Puerto Escondido. Las Casas está sitiado por el ejército. No puedo salir. Busco una forma de tranquilizarme. La encuentro.
– Duermo en hamaca para que no me piquen las cucarachas – me dijo un amigo en Cancún – Vete a Zipolite. Aquí sólo hay caviar o cucarachas – recuerdo.
Zipolite está muy cerda de Puerto. Roto el cerco a los chiapanecos, e dirijo hacia donde dicta mi memoria. El mayordomo no para de hablar en todo el viaje. Lo hace en latín: – Elius ultra milles sunt species… potius iuxta hoc, ut quilibet microcosmus peculiares suma, adque adeo perfectam conunctionem habebat, quilebet, imquam, untrinque perfectam sum ac propiam virtutem – Aprendió esta lengua muerta, cuando en Las Casas, tuvo que convencer a un galerista para que no le hiciera la corbata colombiana.
Me bao en Zipolite; él, también. Llego a un chamizo con hamacas de alquiler, estoy rendido. Un tipo con síndrome mesiánico, o cuelgue irreversible de hongos, salta a mi alrededor ejecutando una danza desagradable para mis rechinantes sentidos. Tiro la maleta. Coloco la mano sobre su hombro; en mis ojos brilla el instinto homicida. El sospechoso me mira, recoge sus cosas, desaparece.
El mayordomo se balancea en una hamaca junto a mí. Se le activa la base de datos; habla; resucita sonidos: – Por eso debemos saber que hay que interpretar la naturaleza a partir del espíritu de la naturaleza. La palabra de Dios a partir del espíritu de Dios. También el diablo a partir de su espíritu. Quien nada sabe de esto es un cerdo y un borracho, y no quiere dar lugar al saber ni a la experiencia. –
Me voy a dar un baño. Tengo la cabeza congelada. El sol, Mástil incandescente, se hunde en las sibilinas aguas del Pacífico. Me disuelvo. Me fundo con una caracola en la boca de un águila; persigue a un albatros hembra. Me deslizo, Ladera de un acantilado. Me parto, millones de huesos lácteos.
Intercambio
Un amigo italiano me recompone. Jugamos al ajedrez en un templo budista. La paz vuelve a perdonarme la vida. Me da igual perder. Ganar. Pierdo. Gano. En la playa hay una hoguera de palmera. Gente moviendo los labios y las extremidades. El fuego. Los brillos. Se crea un edificio de placer junto al océano. Inflamado. Satánico. Siempre sediento de carne humana. Precioso. Siempre hambriento de almas. Golpeando. Cada quince minutos. Percusión de olas métricas. Gigantes con tiburones. Al fondo. Con lo oscuro. Con la espuma. Con la fuerza. Nos bañamos. Nos ahogamos. Nos salva una langosta de senos afrutados. Nos seca en su choza. Nos da leche. Le damos fresas. Fumamos. Agradecemos al Paraíso haber estado tan cerca.
Muerte
– Aquí, si pecas te envenenan.- me dice el italiano. Peco y me envenenan. Una tarde. Me doy un baño de presión. Me inyecto dos gramos de sol. Vuelvo a casa. El desayuno entra en mi sangre… en mis tejidos. Veinticuatro horas con las articulaciones blandas como el aceite de coco. El italiano me vela. Con la bolsa. Por la mañana humillé. Palabra necia. Gesto repulsivo. A la cocinera. Ella pasó el tiempo de mi crisis vestida de luto. Se asomaba a la habitación. Quizá se había pasado. Fue un momento de pasión. No quería asesinarme. Tras darme el veneno. Pidió a un gorrión amarillo. A los cauces secos de los ríos. Que me permitieran seguir entre los viciosos bípedos.
El mayordomo exportó datos para mi recuperación:
– La pasión que nos empuja a tocar el fondo de la interioridad nos pone en contacto con un ser exterior.-
Encarnación
Me levanto. Desayuno. Contemplo los pelícanos en formación sobre las crestas de las olas. Pescan más que yo. Pero como con las manos, no sólo con el pico… y los pies. No todos tenemos las mismas oportunidades en la creación. De lo contrario, yo sabría hablar el pelícano el pájaro sabe que no pasa nada. En esto radica la perfección; en vivir la nada con estrés de estar perdiendo el tiempo; que nunca pasa si tú no se lo ordenas, o pasa sin verte y todo sigue perfecto, sin filosofía y sin física; sólo literatura para no aburrir a los pelícanos. Los peces se entregan a la voracidad alada con resignación, pero antes de ser ingeridos cuentan a sus descendientes el porqué de su fin. Yo los escucho, pero no les entiendo, ya que del corazón del océano surge, todas las mañanas, un violín que lobotomiza mi atención.
Leo un libro con vergüenza por hacer algo. Una norteamericana pinta con rubor por hacer algo. Su novio, escultor, lo hace con desasosiego. Un alemán no hace nada, pero explica con autoridad a los zipoliteños, como deberían vivir si no fueran tan subnormales. Su mujer tiene un niño de ambos; el alemán lo sabe todo, el italiano y yo nos reíamos de él sin mala intención, en su cara; él se ríe de nosotros sin mala intención, en la nuestra; somos la vieja Europa.
Acoplamiento
Se está metiendo el sol; el mayordomo se coloca frente a él, mirándonos a todos habla:
– No pido a Dios que cambie nada a los acontecimientos, sino de cambiarme con relación a las cosas; que me deje el poder de crear a mi alrededor un universo, de dirigir mi sueño eterno en vez de sufrirlo. Entonces, ciertamente, seré Dios.-
Bueno, le aplaudimos y nos vamos todos. En la casa de la chamán hay muchos hombres de sexo masculino. El que no tiene dientes y corta leña, se encarga de los trabajos pequeños; los jóvenes sonríen cuando él parte en busca de la bolsa. Ella está al final del camino de piedras que se clavan en los pies. Cogemos la bolsa y nos vamos a la playa del amor. Un albatros nos demuestra que por la noche no se le ve.
La oscuridad es una mimbre que se mueve al ritmo de tu respiración. El mayordomo compra pasteles de chocolate y los embalsama para llevárselos a su señor; pertenecen a una tradición oculta de pastelería, fundamentada en el rito del azúcar mayo-castellano-azteca. El alemán da las pautas a seguir a un par de maricas chilangos. Por la noche, uno de ellos, baila entre las mesas de la guarida, se quiere duchar conmigo, pero yo tengo mucho calor y el agua no posee dos sexos.
Distancia
Dos meses en Zipolite. La cabeza vacía como tantos saben. La voluntad de piedra como el aceite. Las conversaciones, aquí, son orales; no nos comunicamos por escrito; porqué lo íbamos a hacer, es una forma mucho más torpe.
– En la tierra hay unas vías de libertad que la recorren como las grandes arterias de la aventura. Hay cuatro cruces de caminos – me comenta el italiano.
– Sabes que están una vez los has recorrido. No hay sabios, hay viajeros. Nos dice un punto brillante en mi rodilla, producto del impacto entre un metal disuelto, en la arena de la playa, y un rayo de etiología intuitiva.
– Si alguien te enseña la clave de lo simple, ¿por qué no pedirle que se desarticule, se muestre a ti cobre una mesa de disección, luego se articule y sonría? – dice no se quién.
– La verdad es presa de la limitada imaginación – dice otro.
No hay nada agresivo en esta área de recomposición humana.
Un pelícano le susurra historias al mayordomo, que, desnudo, se bebe una cerveza y pinta la cara al niño del alemán. El marica más sofisticado baila con el feto crecido a la orilla del mar. La madre se apoya en el hombro del alemán, satisfecha por un método vital que permite lo insólito.
Héroes
Me estoy comiendo las piezas del ajedrez. El italiano interroga a un texano sobre la fortaleza de la vaca en las zonas de sequía radical. El norteamericano le dice que es cierto.
Nos daría igual morirnos que evaporarnos. Las banderas piratas arden al fondo. Nadie tiene barco… Una pareja de águilas da la clave al mayordomo y nos dramatiza:
– ¿No sería algo glorioso, querida mía, instaurar en Centroamérica la única aristocracia inatacable – la de la inteligencia – promoviendo su supremacía, dirigiendo y rigiéndola? Todo esto puedo hacerlo yo, Elena, y lo aré – si usted me lo ordena – y me ayuda.
– ¡Joder! – dice el italiano, sonríe y se toca el bigote, mientras absorbe entre el colmillo, el labio superior y la lengua, un trozo de azebiche. Comienzo a reír, el mayordomo viene, se acerca con una caracola enorme en la mano, la tira al océano, y nos invita a una bolsa. Nos reímos hasta conseguir la independencia del motivo, ya no hay consecuencias, todo son causas.
Nos recoge el viento frío de la tempestad epidérmica.
No progresamos, estamos hundidos en la tierra y ya han desaparecido los cangrejos, las rocas bailan en el aire, como mastodontes huecos; las olas son gitanas desinfladas en los pómulos, nos acarician el cuello; y el mayordomo las pregunta la hora; yo vuelvo a reír el italiano trabaja para creérselo y ya lo ha olvidado todo ¿Quién me acuesta a mi? Llega una pareja de españoles que están haciendo la ruta del vuelo. Parten al día siguiente para la sierra de Oaxaca a por lo del suelo. Les invitamos a la bolsa y caen desplomados al bajar un escalón por su parte vana, tres metros de caída libre sobre la arena, se van a su choza con cierto desasosiego.
En la playa aparece un castillo de arena. Todos apostamos por el tiempo que tardará el océano en disolverlo. Nadie se lleva el bote, nunca llegan las olas a sus murallas; termina us días sometido por los pies brutales de dos niños y las meadas de una amplia diversidad de perros.
La cocinera que me envenenó quiere hacérselo con el italiano. Le embruja la polla y él la dedica un potente bombeo. Yo también. El mayordomo la sorprende devorándome el pubis y se desnuda, ella le dice que fuera, el mayordomo seduce a uno de los chilangos y satisface su neutral ceguera. Estamos sentados en el porche mirando las olas y bebiendo unas cervezas. El mayordomo baja con el rostro hierático y se da un baño. Vuelve y no habla, pero nosotros ya le leemos el pensamiento:
– El corazón es el sol del microcosmo. Desde el corazón puede abrirse paso el alma, el ánima iliastri si falta el aire, es decir: si no se han aplicado los medios psíquicos se introduce tempranamente la muerte-
Yo cojo la bolsa y me tumbo en una hamaca. El italiano se come una fruta. El mayordomo se tumba sobre la arena fresca.
Reino mineral
Amanece don fuerza. Te levantas hundido. El velo se mueve, las manos de la mujer tienden la ropa, una hamaca se balancea con ritmo. Pasan una mujer y un niño desnudos ¿Por qué no se nace con los genitales completamente desarrollados?
La ropa gotea, el niño se mea y ella suda, tiene fiebre, el calor debilita las barreras del deseo ¿se enciende la virtud entre los muslos del mundo? Huele a fábrica de pan de noche. Es el yodo y la sal. Almíbar para el licor de fuego que te inyecta, en el tabique del alma, la Luna sin Sol. Arena calentándose con rapidez. Los caminantes aceleramos el paso hasta no sentir los pies. Las córneas se han calentado, hierven en ellas los sueños, se destilan. Las máculas reflejan la realidad de la inspiración. El italiano planea colgado de una cometa, la controla el mayordomo; yo vuelvo luego y los pelícanos son de verdad. Los sueños van invadiendo la playa; la geometría de los cuerpos se ablanda en picado, el agua forma una esfera que secciona el ángulo de flote.
Reino vegetal
El italiano y yo nos volvemos anfibios, jugamos un ajedrez, nos comemos las fichas; estamos en bañeras de espuma, las rocas han creado castillos descapotables para recibir olas, partidas, de cinco metros. El zumbido inicial te golpea la espalda con la roca posterior, más tarde la absorción del océano, al retirarse, te desgarra los pies y las manos adheridos al cortante cuarzo. Quince minutos de placer, pasados, llega de nuevo la batalla entre Hombre y Natura. Nos comemos todos: la cinco metros, los dos piernas y los dos alas. Nos engullimos con delicadeza de salvajes; muy despacio y muy rápido; todo dentro, ahí, afuera.
El mayordomo llega hasta el crono topo en el que éramos anfibios. Ya nos íbamos hacia las bañeras, cuando, un traje de buzo se aproxima ¡el mayordomo! Nos detiene con autoridad, y, sentencia:
– Los demonios me buscan por los campos, se disputan mi espada, mi armadura, mis manos, mi cabeza, mis entrañas: el perfume es tan verde – aún así, pasamos de lo anfibio y nos vamos a por un litro de coco.
Se están casando una albina y un indio; la ceremonia se realiza al vacío. Los cuatro progenitores son cuatro dentaduras blancas; los dos anormales de blando, carne de cañón.
Reino animal
El mayordomo se ha dormido. Nosotros velamos a sus pies, esperando la emanación del aurum non vulgl, del elixir vitae. Bajamos a por unas cervezas, pero ya no bebemos cerveza. En el piso de arriba se a instalado una familia de albatros, son enormes… Llega un cura y nos confirma la fe, el espíritu santo, arriba, envueltos en los sefirots, en las Puertas, en los Senderos, con lo Genios, en un orgasmo hipnótico.
El adelantado del pueblo ha conseguido dormir sobre el océano: se ha construido un altar junto a las rocas. Ahora no puede conversar, es un monólogo, comienza a insultarnos:
– Yo dormí sobre las olas y vosotros os despertáis sobresaltados por el movimiento de una cortina. Podéis hacer lo que gustéis, y eso estará bien. Ahora, no me hagáis nada a mí, soy una criatura terminada.-
No quedan relojes en Zipolite. Todo en blanco y negro. Objetos pertenecientes a decoraciones inexistentes. Un espejismo. Puertos inundados. Aparecen las calles de Madrid sobre la cabeza del mayordomo. Salen corriendo de la boca de un metro, un siux, un vasco y un norteño. El alemán nos invita a un café, así los espejismos se curvan hasta la fusión con la amada.
Siempre perdía gas. Una noche, al llegar a la cuarta palmera reventó. Una bola de fuego iluminó la casa de la chamán. Los colmillos dorados de sus hijos brillaron un segundo. Yo estaba resucitando. Ya he perdido el alma unas cuantas veces. Me queda poca tensión entre el estímulo y la conveniencia. Uno de los hijos del matrimonio albatros, se ha quemado haciendo bases; pasa la noche volando en busca de dosis de frescor, le relajan hasta lo húmedo. Se han consumido diez estrellas más. Han nacido cuatro niños en el poblado. Sus padres tienen furgonetas preciosas. Las utilizan para hacer cosas normales. La gente que hacemos cosas no nos parecemos en nada, pero todos hacemos las mismas cosas.
Estábamos escuchando al santo. Inauguramos la disidencia. Los monos han bajado de la selva, se masturban frente al mago, él también.
En Zipolite vamos al cine todos los días. No hay cine en Zipolite. Hay cámaras por el aire, lo filman todo y se lo envían a Dios. En Zipolite todo es arena. La playa en Dios.
El mayordomo ha encontrado unas camisas de fuerza del 2500 at.Cxt. Son especiales para mujeres vasco-piesnegros. Nos las muestra con orgullo. Su rostro muta lentamente… Sabemos que va a orar:
– El ser humano producto del apareamiento entre norteños – indios norteamericanos – vascos y castellanos, hará ver al mundo “¡Que la locura del hombre debe separar aquello que la sabiduría divina ha tenido la complacencia de unir! Y ¡desgraciados de aquellos que viven en soledad! –
Reino espiritual
– Yo quiero ser desgraciado. La tristeza eterna es mi meta – dice el italiano. Un boquerón sale del pico de un pelícano, me pregunta la hora y acaricio la bolsa. Unos huevos a la ranchera. Ensalada de frutas. Litros de zumo. Café. Ha llegado Fufo, es de Monterrey. Sigue un método de psicoanálisis basado en la compensación de la guitarra española. Toca cuando la bola de fuego se hunde. Los albatros. Águilas. Pasan a otra zona de calor. Se respira el mundo vagando con coherencia. Salpicados de plasma astral. Un niño llega con pasteles. Surfea sobre los labios del italiano. Las lámparas de aceite que iluminan el ascenso hasta el templo budista son alucinógenas son una serpiente rayada de hacer el mal, ahora es adicta al bien unitario. Chispas de arena crean mundos en torno a nosotros.
El mayordomo se levanta y ora:
– Hemos ido desvelando uno de los componentes espirituales del objeto, visto desde los distintos ángulos: de un lado hemos comprobado que la utilidad es equivalente a esclavitud; que creación artificial es sinónimo de violencia hecha a la naturaleza.
De otro lado nos ha parecido que ese inquietante aspecto que toma el objeto cuando se le irracionaliza (esto es, se le despoja de su fución y de su uso psicológico o forma simbólica) es la expresión de la rebelión virginal, situada en una zona mucho más profunda que la del hombre que asalta la Bastilla o la del animal que desgarra a su domador. Lo terrorífico de la sublevación del objeto radica en su silencio y en su inmovilidad – el alemán nos hace un café.
Vemos un mercado de especias en la cabeza del mayordomo. Tenemos hambre. El italiano tiene fruta.
– Quién te obliga a hablar? – Pregunta un austrulopitekus.
– El cine mudo – contesto. Se vuelve al océano con imágenes nuevas del pasado…
Rosa ha lavado su cuerpo. Brilla como una espada de hierro al sol. Se me encienden los cristales ópticos del alma.
– ¿Quieres que hagamos el pelícano? – digo.
– Vamos – dice.
Hay otros pájaros, nosotros volamos unidos por el centro del cuerpo, por la cima del placer. Las lenguas son parte del paraíso. Me levanto. Cojo un autobús. Vuelvo a Las Casas.
– ¿Tengo frío?
– ¿Quieres calor?
– Un café, un vaso de agua y una coca – estoy en el patio exquisito de una casa colonial española. Hay dos galerías de arte y una librería los indígenas pasan gritando delante del gran portón: “¡Si no hay solución habrá revolución!” ¡La lucha sigue Zapata Vive! Me parece estar viendo el rodaje de Tiempos Modernos, inútil como todo arte. El mayordomo sale de la galería norte. Se sienta en mi mesa. Pide un litro de agua. Me muestra un grabado de Susana Dore, Culebra se llama. Bebe y me comenta:
– Ante todo la noción de que el hombre tiene un cuerpo distinto de su alma será abolida y esto lo haré yo imprimiendo según el método infernal, por medio de corrosivos, que en el infierno son saludables y medicinales, disolviendo las superficies aparentes y descubriendo el infinito que estaba oculto. –
Alineación
– ¿Qué pretendes? – digo
– Pretenden por mi; yo ya sólo trabajo – dice.
Salimos a la calle y caminamos, despacio, junto al caudal humano; hoy tienen justificado el dinamismo gratuito; hoy son criaturas que luchan por causas perdidas; que incluso, en un momento de subnormalidad extrema o revelación cegadora, entregan su vida, mueren sonriendo y siendo propietarios de una enorme erección, que las amantes divinas se encargan de llevar al paroxismo antes de la putrefacción.
Nos compran. Nos venden, acarician despellejan. Nos relajamos en el interior de una iglesia bruja. Acariciamos la bolsa.
Aprendemos a masturbarnos. Se nos cae la evolución de los huevos. Somos cibernéticos; programados para disfunción.
Vamos en un auto de choque. Nos reímos con la boca cerrada. Compramos música. En un tabernáculo unos perros devoran a un grupo de rock. Se convierten en unos caninos callejeros; se sacuden el collar de perlas. El infierno brillará en sus ojos, por siempre.
Con el primer mordisco, el mayordomo idea como terminar con el perro. Regresamos a Zipolite.
Una momia castellano-maya gotea vida tumefacta. Probará la resurrección del cadáver fosilizado.
– La fe es la gran flecha – piensa el mayordomo. Sube la habitación de los vasco-albatros; solicita el nido central del templo plumífero; coloca la momia. El alemán recomienda, a un rasta neoyorkino, una selección de especies ganya – Fui colega de Paracelso –dice el alemán. Aparece el mayordomo; ora:
– Desdichados aquellos mortales a quienes la naturaleza ha rehusado el tesoro más alto y mejor, el que encierra en sí la monarchía naturae, la luz de la naturaleza, el lumen naturae.
– La momia vuela con el hijo menor albatros. El mayordomo envía un mensaje a su señor en la pata izquierda de la momia.
Un escuadrón de pelícanos me pide que interceda; ya no conozco algunas palabras de albatros; lengua de origen común al pelícanos.
– La momia nos está jodiendo – me dice el escuadrón.
– Se come todos los peces; pesca en venda.
– A mí no me jodáis con guerras tribales. Si os molesta firmad acuerdos crear nuevos órdenes o jugaros el área de influencia a los dados – digo.
– La momia nos considera especie inferior. No se entera de nada, nos jode todas las estrategias.
– ¡Mayordomo! – grito – Comunica con tu señor, que absorba a la momia. Los pelícanos la quieren en el museo.
La momia resiste la llamada poderosa del oráculo. La resurrección la hace invulnerable frente a los que todavía no han muerto, por primera vez. Los pelícanos se percatan, ordenan a un escuadrón que perezca en combate. Llaman al mayordomo. Los colocan en el nido central albatros. Los resucita y parten a por la momia. Uno la alcanza en una pata; cae el mensaje:
– Adech significa el hombre interior; la aparición del macrocosmos en microcosmos. Como El, el nombrado junto con Aniadus y Edochinus, resulta concebible que sean denominaciones paralelas. Respecto a aniadus, esta interpretación es segura; como hemos dicho arriba. Edochinus parece surgir de una metátesis por Enochianus. Enoch es uno de aquellos Protoplasti aplicados al hombre primitivo inmortal, a cuyo entorno y vecindad, la obra alquímica quería llevar al hombre mortal, a consecuencia de este estrecho enlace las fuerzas, propiedades del hombre grande, desembocan, como ayuda y salvación, en la naturaleza terrena del hombre pequeño y mortal.-
El mayordomo surfea hasta el mensaje, vuelve y todo sigue donde no estaba.
Arqueología
La momia se deja fotografiar, por el mayordomo, y vuelve a su cueva; tanta actividad la estaba matando.
El alemán vuelve con el hijo a la cadera; sonríe; tiene cara de violento templado. El niño lleva el culo impregnado de arena. Un albatros les brinda su sombra durante el trayecto final, del camino en llamas.
Yo como una ensalada de frutas con mucha miel. Tengo, junto al plato la bolsa. El italiano la toca; lee un libro de plantas y sonríe. Lo está conectando todo: las arterias de placer, que recorren la Tierra y las plantas de Zipolite; mi maleta y mi forma de caminar; sus ojos y la boca de la mujer del alemán.
El rapto
El mayordomo coquetea con la albatros. El albatros toca la guitarra española con el rasta neoyorkino. Las hamacas se mueven como es debido. Nadie debe a nadie. La independencia de los cachorros albatros…
Llega una pareja de húngaros, son actores; él hace de Estela Plateada, ella de Psique. Lo inician, desarrollan y concluyen. Acariciamos la bolsa; unos zumos; un baño junto a la gran Bola roja, que se hunde, descuelga por el fondo.
Veneno
– En la meseta de Monterrey se juntan las cabezas de todos los hombres y germina una plaza de ángeles desvirgando mulas con espuelas; llena do sus vaginas con mucho licor envenenado. Esto es absurdo como todo deseo de inmortalidad natural; sólo es eterno lo perfecto – estoy delirando debido a un nuevo envenenamiento de la cocinera, que me ama y yo humillé para siempre ahora ella siempre amará mi desconcierto; me obligará a ejecutar todo aquello que afirmé no haría jamás. El mayordomo quiere ayudarme, pero no tengo fe en sus pócimas de fusión universal; su panteísmo me irrita; sólo a veces, aprecio al mayordomo. El italiano se ha ido de compras. Vuelve con pocas cosas divisibles en muchas cosas. Tiene fruta; abre, corte limpio, determinadas zonas de las frutas, para que maduren en nuestra presencia. Saldrá, de ellas, la vida que aún poseen, están duras y agrias. Llegada la noche, albergarán una profunda muerte; estarán blandas y dulces….