El último partido

Conduzco despacio, con miedo a llegar, me están esperando; el patriarca ha muerto. Soy el heredero y no quiero serlo, he construido mi vida al margen de los negocios de la familia, pero ahora, debo asumir las órdenes que mi sangre me impone, haciendo tambalear todo mi mundo, que en nada se parece al que la familia ha previsto para mí, el nuevo líder, el nuevo jefe del clan.

Nada más bajarme del coche, W2 se me echa encima y me abraza con intensidad, han pasado los años sobre ella y sobre todos, me cuesta reconocerla; cuatro años durmiendo juntos y ahora no sé ni a quién estoy abrazando –¿Cómo ha ido?– me comenta W2 –Bueno, ya sabes, los periodistas somos mercenarios mal pagados, de aquí para allá– contesto –¿Tu mujer no ha venido contigo?, me apetecía conocerla; N6 me comentó que es todo un personaje– continúa W2 –Sí, cierto, reportera también, una criatura del infierno como yo, vendemos a quien sea por un buen titular. Por cierto, ¿dónde está P1? ¿seguís juntos no?– le pregunto –Allí lo tienes, creo que ya ha bebido lo suficiente como para que le puedas saludar sin que intente partirte la cara– contesta W2 –¿Por?, que yo recuerde, la última vez que nos vimos, todo quedó aclarado, según él para siempre– contesto –Puede ser pero, ¿a quién le gusta hacer el amor con una mujer que está pensando en otro?– me replica W2 –Supongo que a todos aquellos que lo hacen con prostitutas; pero bueno, creo que tú también has bebido suficiente. ¡Discúlpame W2!, tengo que saludar a la familia y presentar mis respetos al difunto, mi padre– doy por cerrada la conversación y avanzo, retirando con suavidad a W2, que se resiste a quitarse de en medio.

Han pasado catorce años y es como si no me hubiera movido nunca del barrio, todo ha cambiado en apariencia, pero en el fondo siento que todo es lo mismo. Veo a lo lejos a X5, con el que monté una revista que iba a ser de culto al segundo ejemplar pero que no pasó del primero; mi cabeza vuela por aquellos años cuando mi hermano, N5, me sale al paso parándome en seco –¿A dónde te crees que vas? Después de tantos años sin aparecer por aquí, ¿ahora vienes como si realmente te importáramos?– me espeta en la cara –Vengo a despedir a mi padre, no vengo a reclamar nada ni a reconciliarme con nadie; sólo a ver a mi padre por última vez, ¡sin más!– le replico algo irritado –Bueno, si es así perfecto– continúa N5 con tono burlón –En ese caso, si sólo vienes a despedirte del viejo, adelante pero, ¿quién crees que lo ha organizado todo?, ¿quién ha hablado con el seguro, con Hacienda, con el banco?, ¿quién?, ¿tú?, ¡no!, yo me he tenido que ocupar de todo, yo solo y, ahora, llega el niño bonito a despedirse de su padre ¡Es increíble!, tu egoísmo roza lo patológico– concluye N5 colocando su cara a pocos centímetros de la mía. –El alcohol siempre te ha hecho mucho daño en la cabeza y hoy creo que vas muy pasado, déjame hacer lo que debo y no volverás a verme, ¿de acuerdo? – concluyo, me libero de la presión de mi hermano y avanzo hacia la habitación donde está el cadáver de mi padre.

A escasos metros de la casa, consigo escuchar lo que tanto deseaba que estuviera sonando, las sonatas de Mozart; el piano de este genio es lo que más me unió a mi padre. Cuántas veces, después de una pelea horrible, en la que nos habíamos llamado de todo, gritándonos el uno al otro con las frentes separadas por milímetros, nos abríamos unas cervezas y colocábamos en el tocadiscos las sonatas de Mozart a todo volumen; era como si un huracán se llevara todo lo malo y dejara nuestras cabezas y corazones limpios para poder volver a amarse y respetarse de nuevo, al menos, hasta la próxima batalla.

Camino despacio hacia el porche, degustando las notas del ilustre vienés, cuando soy interceptado por L6, la mujer de mi hermano – ¡Z3, benditos los ojos!, ¿te has perdido?– me dice y comienza a reír, de manera exagerada, haciéndome sentir incómodo de nuevo –Ya veo, mi querida L6, que tú también estás celebrando el sepelio desde primera hora, ¿cuántas copas de vino llevas encima?– le pregunto ya cansado de tanta hostilidad –Encima ninguna, pero dentro ya tengo como mínimo una botella de Vega Sicilia de la caja que guardaba tu padre, precisamente para esta ocasión, para el día de su entierro, bueno, de su incineración– L6 me señala una mesa, con un mantel burdeos, sobre la que aún quedan intactas tres botellas de Vega Sicilia del 62 –¿Sabes que hace poco se había modificado el testamento?– me pregunta L6, cerrándome el paso hacia el interior de la casa –Sí, lo sé, pero eso puede esperar, ahora sólo quiero despedirme del que fuera mi padre y uno de mis mejores amigos– le contesto, mientras intento subir los escalones del porche –Si hubieras leído el nuevo testamento, quizá no tendrías tanta prisa por entrar a despedirte de él– continúa L6 –Me llamó al día siguiente de haberlo modificado, me explicó los cambios, lo que le había llevado a realizarlos y, ya ves, me pareció de lo más coherente.

El piano de Mozart me hace recordarlo riéndonos en el porche, duchándonos en el club después de un partido de squash en el que lo hemos dado todo para machacarnos el uno al otro, enfadado porque no sigo el guion que él ha escrito para mi vida, premiándome por haberlo sorprendido con alguna genialidad inesperada… El piano de Mozart me obliga a volver a amarlo, a desear volver a charlar con él, pero todo lo que me queda es venerar su recuerdo.

Sentado junto al féretro, dudo de si ese cuerpo es el de mi padre, se parece, pero no siento que sea él, contemplo un muñeco con sus rasgos, pero, ahí ya no está él, observo la armadura abandonada por el guerrero, tiene sus formas, pues estaba hecha a medida, pero dentro de ella ya no hay nadie; lo que era se ha marchado para siempre; en unas horas, este cuerpo, arderá hasta quedar reducido a cenizas.

Su consciencia, lo que le convertía en mi padre, se ha disuelto en el mundo invisible que nos rodea, aquí no hay nadie a quién llorar; ya lo vivimos todo, este cuerpo no es mi padre, es materia inerte como lo es el tronco de un gran árbol recién cortado, al rato de caer va perdiendo su esencia de árbol para convertirse en leña, en material de construcción o en bonitos muebles, pero ya no es un árbol. Mi padre ya no es mi padre, ya no es un ser humano; este cuerpo que contemplo ya nunca me contemplará. Alguien me toca en el hombro, sacándome bruscamente de mí monólogo interior, abro los ojos, al fondo del jardín, sobre una mesa con un mantel burdeos, observo que todavía permanece intacta una botella de Vega Sicilia del 62. A5, mi mujer, vuelve a golpearme en el hombro, al parecer alguien me llama por teléfono, me trae el móvil, me lo pasa y pegando sus labios a mi oído derecho me susurra –Es tu padre, dice que es importante, algo relacionado con el testamento– salgo de mi ensoñación y contesto – ¡Buenas tardes padre, dime!

  • Portada de la genial Sara Colina @venceoscu

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